Pasé la noche entera sentada en la cima de una colina viendo la luna, las estrellas y el amanecer, esperándote. Nunca te vi llegar.
Ya saben el final. Ahora sólo me falta el principio.
En un día ideal, el sol brillaba en lo alto del cielo, las flores coronaban los jardines y las personas sonreían constantemente. Pero algo aún más hermoso se destacaba entre toda la belleza de ese día semejante a la plena primavera: tus ojos. Esos ojos verdes brillantes, con una ínfima beta de un tono más claro, me recordaron que la belleza nunca es insuperable. Siempre hay algo (o alguien) que rompa el récord. Y tus ojos rompieron, por hermosos y enternecedores, cualquier récord que hubiera estado instituido antes. En cuanto los vi, supe que querría volver a mirarlos, una y otra vez.
Más allá de lo hermosos, tus ojos revelan todo lo que vos no expresás. Te delatan aunque no lo quieras. Me lo dicen cuando mi presencia te agrada, y también me avisan cuando mi presencia te disgusta. Cuán feliz me haría ver que tus ojos se alegran cuando los miro de cerca; cuán feliz me haría ver cada vez que te miro, que tus ojos están observándome.
Vi por primera vez tus ojos sabiendo que iba a querer volver a verlos, y eso me aterraba. Antes de descubrirlos ya había predicho que nunca serían para mí. Ahora sé que no me equivocaba. Me saludaste fríamente, y no te volví a ver durante unos cuantos días. Me alegré, por ese momento, de no volver a tener tus ojos al alcance de los míos, de estar lejos de la tentación, de no tener que soportar las ganas de observarlos a la distancia de un beso. En un momento reapareciste en mi vida, y desde ahí, casi todos los días. Leo una sonrisa en tu rostro y me palpita el corazón, te abrazo y no te quiero dejar ir, te doy un tierno e inocente beso y se regocija mi alma. Pero de qué me sirve vivir para regalarte mi amor si nunca vas a saber apreciarlo, si nunca vas a querer saber cuán grande es la felicidad que me das y la que me podrías dar sólo con tu amor. De qué me sirve buscar tu mirada si cuando paso a tu lado no te das cuenta de mi presencia, de qué me sirve buscar tu interés si jamás me lo das. Y sin embargo, vos y tus ojos delatores me llaman poderosamente la atención.
Me cansé de darte pequeños mensajes para que leas entre líneas. No sé si nunca los entendiste o nunca quisiste aceptar la verdad que te daban a entender. Terminé por explicarte que quería verte, que necesitaba verte, que era muy importante que estuvieras conmigo esa noche, para darte la solución a este enigma. Días antes de aceptar la invitación, me viste llegar, me sonreíste tiernamente y me abrazaste fuerte y por varios minutos. Fui feliz… mientras ese abrazo duró. Luego de eso, no sé por qué, ni qué te molestó; te volviste frío conmigo. Apenas me saludabas con un beso y tratabas de deshacerte de mí lo más pronto posible. No tuviste más gestos de cariño conmigo ni me volviste a abrazar como aquella vez. Puede haber sido una despedida, o una señal de haber entendido mi mensaje al fin. Ante un futuro incierto y ciego, te cité a la cima de esa montaña que conocés, desde donde el espectáculo astral se aprecia con todo esplendor, para esa noche que vos recordás. Aceptaste, dijiste que sí al instante. Pero seguiste con esa actitud fría. Dos días antes te pregunté si realmente querías pasar conmigo esa noche y conocer el desenlace de este misterio. Me contestaste que no. Te supliqué, y me dijiste que no, que no sirve que trate de persuadirte. Más allá de eso, conservando una esperanza, lloré una noche entera bajo el brillo de la luna y la luz colorida del amanecer en la cima de esa montaña, soñando ver tus ojos acercarse a mí y tu sonrisa destilar tu amor. Nunca llegaste. Nunca volví a ver tus ojos, más que en sueños, esos en los que me abrazás con cariño durante horas y la yema de tus dedos recorre el perfil de mi cara una y otra vez. Quise llamarte y me cortaste antes de que pudiera decir una palabra. Te dije Te quiero y me miraste con desprecio. Te di mi corazón (te lo robaste, mejor dicho) y lo guardaste en un cajón que nunca abrís, en un cajón que se abre solo cuando mi corazón necesita respirar tu perfume, en un cajón en el que guardás porquerías que no necesitás ni querés y pronto olvidás.
No sé por qué, pero todos estos días el cielo estuvo gris e inanimado, el clima frío y lluvioso. ¿Será que el viento fuerte se llevó tu ternura? ¿Será que una desilusión se llevó tu falso amor? ¿O será que yo no soy ni seré nunca la dueña de tus ojos verdes?