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Sepan disculpar que la trama no esté muy bien armada, que
las formas literarias estén bastante desgastadas, que no esté debidamente
pre-pensado y corregido. La verdad quería hacerlo pero tuve muy poquito tiempo
para escribirlo, muy poco tiempo para pensarlo, muy poco para corregirlo; y
además hace mucho tiempo que no escribo, estoy oxidada. Debo aclarar también que soy argentina, y que acá el acento y las costumbres del habla son muy distintos, por lo que el intento de acento español que quise darle a los personajes fue pésimo. Pero aun así quería
hacer algo interesante, poner algo de mi parte para el festejo del PepSi
aniversario de este día 15 de julio, tan especial para quienes amamos la serie
y la historia de amor entre Pepa y Silvia. Es apenas un capítulo fuera de lo
normal de la historia que, yo al menos, hubiera preferido que continuara.
Espero que les entretenga y les haga sonreír. Gracias por tomarse su tiempo de
leerlo. ¡Feliz PepSianiversario!
El primer día de luna de miel
-¡Es que tú me dejas sin aliento, Pepa!
Pepi le contesta a la pelirroja con una sonrisa. No puede
estar más enamorada de Silvia.
Las recién casadas caminan de la mano, acarreando el
equipaje que llevarán a su luna de miel. Si al final es cierto que Pepa es
especial eligiendo lugares paradisíacos. Primero, la quinta de la ceremonia.
Ahora, el momento más feliz: la luna de miel. Cargaron las cosas en el auto y
salieron el día de la boda por la noche. Compartieron el almuerzo y la tarde
con todos los miembros de la comisaría, que también son su familia, y por la
noche se despidieron para comenzar el viaje que coronará su dedicatoria de
amor.
Llegaron por la mañana, y las dos se bajaron como si se
tratara de actrices famosas, despuntando belleza. De anteojos oscuros y ropa
clara, abrazadas por la cintura, pasaron por el pueblo y más adelante vieron a
la cabaña donde iban a pasar los próximos quince días. Ni bien llegaron,
tiraron las valijas por cualquier lado y miraron las sábanas coloradas de la
cama con ganas de estrenarlas, y en aquello estaban cuando el celular de Silvia
empezó a sonar desesperadamente, sin parar.
-Vamos Pepa, déjame atenderlo. Puede ser una urgencia.
Su mujer la miró a la cara pensando que no tiene ni media
gracia la idea de parar en ese momento, pero la magia ya estaba cortada y
accedió.
-Vale, Silvia.
La pelirroja sonrió y miró en su celular quién llamaba
tanto.
-Es mi papá. Debe estar preocupado, tengo que atenderlo.
-Coño Silvia, ¿es que tu padre siempre va a interrumpirnos? (Hace
alusión a la escena de la cabaña, cuando Don Lorenzo las descubre en plan
cariñoso).
-Hola Papá.
Pepa sigue dándole pequeños besitos cariñosos a su chica…
-Si, estamos bien, ya hemos llegado.
>Vale, yo te aviso si pasa
cualquier cosa.
>Gracias papá, te mandamos un beso.
>Gracias papá, te mandamos un beso.
-¿En qué
estábamos, Señora de Castro? -pregunta Silvia levantando las cejas.
Sobre el
mediodía, se bañaron, se vistieron y salieron a pasear, o mejor dicho, a hacer
un reconocimiento del perímetro, verificando los expendios de provisiones y
locales de compra. Caminaban cintura con cintura, beso a beso, sin poder dejar
de sonreír.
-¿Tienes
hambre pelirroja?-preguntó Pepa cuando pasaron por un pintoresco mercado del
pequeño y perdido pueblo por el que paseaban.
-Pues mi
diagnóstico dice que no ingerimos ningún tipo de nutriente esencial hace unas…
Doce o trece horas. Deberíamos almorzar, ¿no crees?
-Vale Silvia,
hoy cocino yo.
La pelirroja
se ríe.
-¿Tú Pepa?
¿Cocinar?
-Sí, ¿qué
tiene de raro? Déjame decirte que he aprendido el arte culinario a lo largo de
todos estos años que he estado viviendo sola, y no es que me vaya tan mal.
-Pues tendré
que confiar en tus habilidades, ya que me olvidé los antídotos que pensaba
traer por si se te ocurría cocinar.
Las dos se
reían a carcajadas.
-¡Así no se
vale Silvia! Ya verás: ¡vas a chuparte los dedos de lo deliciosa que estará mi
comida!
Luego, las
dos, abrazadas, entraron en el local con toda la alegría del mundo. No lo
notaron al principio, pero el pueblo, que constaba de cuatro o cinco negocios y
cabañas perdidas en el medio de un campo que terminaba en la playa, estaba
vacío. Dentro del negocio, la tensión se sentía en el aire. Había dos hombres
apoyados sobre una pared, que no dejaron de mirarlas ni un segundo, tres parejas
sentadas en unas mesas y una mujer que parecía nerviosa, que atendía el
almacén. Pidieron algunas cosas. Cuando la mujer se fue a buscar mercadería al
fondo del local, Pepa frunció el seño y le dijo a su chica:
-Silvia, no
me gustan estos dos tíos. Manténte alerta. Me traje una pistola camuflada, si
se les ocurre mover el puto culo van a ver con quién se meten.
-Cálmate,
que todavía no ha pasado nada.
-Es que no
me gusta cómo nos miran.
-Coño Pepa
ya cálmate que sólo son dos hombres en el único almacén del pueblo.
En ese
momento apareció la encargada con un arma apuntando a su cabeza, amenazada por
un facineroso que la tenía por el cuello. En ese instante Pepa sacó la pistola
que llevaba escondida en una de sus botas y le apuntó al tipo. Silvia se quedó petrificada.
-¡Suéltala
cabrón! –gritó Pepa.
Casi al
mismo tiempo los dos hombres que estaban sobre la pared se abalanzaron contra
ella y contra Silvia, y las demás parejas aprovecharon la distracción para
salir corriendo del almacén. Se oyó un disparo y una botella se rompió,
dispersando vidrios por todas partes. En
el local sólo quedaron los tres hombres, la encargada y las chicas. Por más que
se resistieron, los dos tipos lograron maniatarlas y llevarlas al fondo del
local.
-¿Qué
queréis hacer con nosotras? ¿Por qué nos atacan? –llegó a suspirar con miedo
Silvia.
-Ya verás,
pelirroja sabrosa…
-¡Cabrón de
mierda! ¡No le hables así a mi mujer!
-Tranquila
morena, sólo quiero divertirme… No todos los días se encuentran por aquí dos
pivones como vosotras…
Sacó el arma
y le apuntó de cerca a Silvia, por lo que Pepa ahogó el ataque de rabia y lo
reemplazó por un rostro pálido al ver que su novia estaba en peligro.
-Ya dinos lo
que quieres y déjanos ir –agregó la pelirroja, un tanto asustada.
En ese
instante llegó otro de los tipos al fondo y le avisó al que estaba que ya
habían cargado todo lo que querían en la camioneta y que sea apurara para irse.
Le hizo un ademán al otro y volvió a quedar el primero con las chicas:
-Volveré
pronto niñatas… -El tipo se fue a la parte frontal del local.
-Silvia,
¿estás bien?
-Pues bien,
lo que se puede decir bien, no Pepa. Es nuestro primer día de luna de miel y
mira lo que ha pasado. De alguna forma tenemos que salir de aquí, estos tíos
son peligrosos.
-Te prometo
pelirroja que vamos a salir de ésta y tendremos la luna de miel más hermosa de
todas. ¡Pero ahora por favor ayúdame a desatar esta puta cuerda!
Entre las
dos se las apañaron para deshacer los nudos, se pararon de un salto y fueron en
busca de los bandidos. Por un pasillo en el que cabía sólo una persona, se
encontraron de frente al tipo que las había atormentado. Pepa reaccionó y le
puso un buen derechazo, tirándolo al suelo. Como pudo se reincorporó y volvió a
apuntar a las chicas, en lo que Silvia sale por detrás de Pepa y de una patada
le baja el arma al ladrón, al que ahora Pepa se encarga de detener en el suelo
mientras su novia le cubre las espaldas.
Uno menos,
Silvia y Pepa siguen avanzando, hasta encontrarse con los otros dos tipos. La
encargada del local estaba golpeada y sentada en el suelo, asustada. Cuando los
tipos ven a las chicas que avanzan apuntándoles, desenfundan sus armas y grita
uno:
-¡Ni un paso
más o les hago un hoyo en la sesera!
-¡Cabrones!
Pongan las armas en el suelo y las manos arriba, ¡que soy policía, coño! –allá
salió Pepa a retrucarles.
En eso, la
encargada se paró silenciosamente a espaldas de los ladrones y le asestó a uno
de ellos un golpe en la cabeza. Las dos policías aprovecharon el momento para
forcejear con los dos tipos y tratar de desarmarlos. En semejante barahúnda, se
escuchó un disparo. Y un grito.
-¡Pepa!
-¡Silvia,
¿estás bien?!
-Sí cariño,
pero la señora encargada del almacén, no.
Como buena
profesional, la pelirroja se acercó inmediatamente a la mujer y se puso a
atenderla. Pepa vio que los hombres iban a intentar escapar y efectuó un
disparo al pie de uno. Al otro lo corrió, lo paró y lo noqueó. Los tres
delincuentes de débil contextura quedaron desparramados por el suelo del
almacén.
-¡Pepa!
¡Rápido, tráeme algún elemento cortante limpio, alcohol y algodón! –gritó
Silvia mientras presionaba sobre la herida de la señora.
Su mujer
hizo lo que le había pedido en unos pocos segundos. Con pocas herramientas y
mucho ingenio, Silvia se las arregló para sacar la bala del cuerpo de la mujer
y cerrar la herida, y además atender el balazo de menor gravedad en el pie de
uno de los facinerosos. Mientras tanto, Pepa llamaba a las autoridades de la
ciudad más cercana para que trajeran una ambulancia y que la policía del
distrito se lleve a los delincuentes tirados.
Una vez que
todo pasó, las chicas almorzaron en completo silencio y volvieron a la cabaña,
donde se pudieron bañar y acostar a dormir un rato. Más tarde, sobre la noche,
Silvia estaba sentada en uno de los sillones esquineros del living, con las
piernas estiradas. Llega Pepa, y la pelirroja abre las piernas y le hace un
lugar en el medio. Ella se acuesta sobre el pecho de su mujer, acariciando
suavemente los brazos de Silvia. Las dos miraban por la ventana, las estrellas,
el campo, la tranquilidad.
-¿Has visto
pelirroja? Te dije que íbamos a salir de esa.
-Pepa, ¿qué
es para ti la felicidad?
-Pues… La
verdad es que no me lo he puesto a pensar, princesa.
-Para mí la
felicidad es esto. Poder estar con mi mujer, mirando el cielo estrellado,
abrazadas, una noche silenciosa. Tenerte cerca de mi pecho y sentir tu
respiración sobre mi piel. Mirarte, hacerte sonreír… Es que me gusta tu
sonrisa, cariño.
-Pues eso es
muy lindo princesa. Y si esto es lo que te hace feliz, entonces me acostaré cada
noche de mi vida sobre tu pecho sólo para ver las estrellas y sentir tus manos
entre las mías.
-Te quiero,
Pepa.
-Te quiero,
Silvia.
Más tarde,
fueron juntas a la playa. El viento era cálido y el sonido de las olas le daba
una impresión particular al ambiente, iluminado sólo por la luna. Las chicas
reían y jugueteaban. Extendieron una manta grande sobre la arena y dejaron sus
cosas sobre ella. Silvia se subió a una baja murallita de piedras por la que
caminó sensualmente, casi desfiló para su novia, que la miraba con ternura.
Cuando llegó a su altura, Pepa la levantó en el aire tomándola por la cintura y
la abrazó contra su cuerpo, besándola con amor, hasta perder el aliento. Por el
camino de la playa solitaria iban quedando las prendas de ropa, sobre la arena
y frente al mar, único testigo del amor infinito de Pepa y Silvia.
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