Dormía profundamente en mi cama... Me desperté. No abrí los ojos.
<<No, no quiero levantarme>>. Una sensación de soledad me invadió
entonces, no pude evitar el anhelo de ver, de mirar. No había nada. Sólo mi
cama. El vacío, un agujero negro infinito. Y yo. Me senté al borde del colchón…
Acerqué la punta de un pie hacia la oscuridad, aferrándome a las sábanas…
Entonces todo comenzó a caer hacia la nada. Me golpeé la cabeza. Recuerdo estar
aplastada sobre una gran superficie de penumbra. <<Yo sólo quiero
dormir…>>. Cuando me decidí a cerrar los ojos de una vez y para siempre,
creí vislumbrar, a lo lejos, una mariposa. ¿Una mariposa? No, una lucecita… Una
chispita de luz, un puntito luminoso, una diminuta esperanza. Danzaba frágil y
sensible en círculos, bucles con forma de ocho, curvas peligrosas, ascendía y
descendía. Se posó en mi nariz. Era tan bella… Casi lloré. Cuando volvió a
volar, me incorporé y la seguí… No lo sabía, pero caminaba sobre la oscuridad,
hacía pie dentro de las sombras que me habían absorbido. Como en un campo de
margaritas, corrí tras ella, pequeña y delicada… La perdí de vista.
<<¿Dónde estás, lucecita?>>. Un resplandor se asomó detrás de mí.
<<Oh, lucecita… No soportaría perderte de nuevo. ¿Me dejas que te
acompañe?>>. Aprendí que, atraparla, no podía. Mas su luz me guiaría a la
salida de la cueva, y me llevaría volando hacia el sol.
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