lunes, 23 de septiembre de 2013

Loneliness

Vacío. Tengo un vacío que no se puede llenar.
La ansiedad crece, y me consume minuto a minuto.
Tengo ganas de correr, y ganas de meterme en un pozo.
Quisiera entrar en el agua congelada y que mi corazón se haga de hielo, pero también quiero escuchar sus latidos resonando en su pecho cálido.
Me siento de frente, de espalda, de costado, de cabeza, y no encuentro la posición correcta.
Me paro, doy dos vueltas y las piernas se me duermen.
Abro los oídos a los ladridos, a la música, a la aguja del reloj. Perturban mi paz.
Se me tensan los músculos de la cara, aprieto los dientes, cierro los ojos y busco el interruptor de apagado.
Se nubla mi vista, me desplomo sobre el colchón lleno de cables que transmiten impulsos eléctricos.
Un escalofrío me recorre el cuerpo, siento que me falta el aire.
¿Qué es ese veneno que me ha atacado? ¿Cuál es la ponzoña que destruye mi corazón poco a poco?
Un bostezo. Tengo sueño, pero no puedo dormir.
Siento que la sangre no llega a irrigar todas las células de mi cuerpo.
Busco desesperadamente un suelo sobre el cual pisar, pero sólo encuentro una burbuja de aire que no se ve, que no se puede rasgar, de la que no se puede escapar. 
Mi caída es inminente, y permanente, parece que no tiene final.
Hay un foco de dolor en mi cabeza, y no encuentro el método para no pensar.
Al final ya no siento nada, el vacío envolvió todo y no dejó rastros, ni siquiera yo existo.